sábado, 22 de julio de 2017

BYE BYE, NOSTALGIA


Camino sin rumbo al ritmo de las olas. Los últimos rayos del sol se reflejan en el mar. Siento cómo me envuelven en un abrazo cálido e invisible. Echo la cabeza y los brazos hacia atrás y permanezco así unos instantes, sintiendo cómo se recarga mi energía. Hasta que se me cae el sombrero de paja. Se rompió el momento mágico. Me apresuro a recogerlo antes de que la brisa me haga correr detrás de él. Al agacharme veo una botella verde de plástico medio enterrada en la arena. Me llama la atención lo que parece un papel amarillo en su interior. Con los dedos escarbo un poco, cojo la botella y compruebo que, efectivamente, contiene algo. Con cuidado desenrosco el tapón.

-          Qué gracia –murmuro para mí-. ¡Una botella de náufrago!

La vuelco pero el papel no sale. La agito, primero con suavidad, luego con más fuerza. Tampoco. Miro alrededor pero ya queda poca gente en la playa y nadie me está observando, así que no me siento tan ridícula. Me siento sobre la arena e intento meter los dedos. No funciona. Sólo cabe uno, así que no puedo hacer pinza. No hay más remedio que destrozar la botella para que me revele su contenido. Ya picada, cojo las llaves del coche y empiezo a golpearla sin piedad  hasta que el plástico se va resquebrajando. Consigo hacer un pequeño agujero y voy moviendo la llave como si fuera un cuchillo. Finalmente ¡lo conseguí! La botella queda partida en dos.

-          Seguro que no es nada, verás, un chiste que ha escrito un gracioso o algo así –me digo a la vez que voy desdoblando el papelito dichoso.

En una tinta verde, algo desvaída, y en una escritura clara, aparecen unas diez líneas. Empiezo a leer con curiosidad. Una poesía. Sentada en la orilla, con el sonido de las olas de fondo y la inmensidad del mar ante mí, el escenario perfecto para leer un poema de amor. Lo leo y lo vuelvo a leer una segunda vez. El autor lo dedica a una mujer, al dolor de su ausencia. No sé quién es y, sin embargo, lo entiendo. Sus palabras me envuelven y me hacen evocar otras ausencias. Levanto la mirada. Los rayos de sol se han ido. Me incorporo y continúo mi paseo. Mi energía se ha transformado en nostalgia. Y no quiero sentirme nostálgica. Estoy hasta el moño de la nostalgia.

Camino con más rapidez para recuperar mi energía. Sacudo los brazos para sacudir la nostalgia. Paso por una papelera y, por un momento, pienso en tirar allí el papel amarillo y sus versos nostálgicos. Pero me da no sé qué. Realmente no es mío.

-          ¿Y por qué no? ¿Y si me lo hubieran escrito a mí y por eso lo he encontrado? A ver, seguro que alguna vez he inspirado estos sentimientos.

Ya más animada me guardo el papelito en la bolsa. En ese momento el móvil empieza a vibrar con insistencia. Sonrío al ver que es mi hermana.

-          Nena ¿dónde andas? Te estamos esperando. ¿Te voy pidiendo una cerveza?

A lo lejos veo las luces del chiringuito. Me doy la vuelta y allí sigue la papelera. Levanto la mano con el puño cerrado y la dejo caer para abrirla con fuerza. Allí, en esa papelera cutre de la playa se ha quedado mi nostalgia.

-          Verás cuando se lo cuente, se van a reír.

Además, el poema termina diciendo «Sé que te encontraré». Pues eso. A disfrutar de mi cerveza, que me la he ganado.

Julio 2017

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