-
Mi amor… ¿te pasa algo?
-
No sé. Tú sabrás.
(El Apocalipsis, cap.1)
Me llega esto
por el whatsapp y me río. Sin embargo, estas dos frases aparentemente tontas me
hacen reflexionar que, quizás, no sean tan tontas. Indican una falta de
comunicación que tantas veces nos lleva a sufrir situaciones de incomprensión o
a creernos que el otro ha decidido hacer –o no hacer- algo para fastidiarnos.
¿Tú sabrás? Pues
no, probablemente él no tenga ni idea. Le has dicho que era el cumpleaños de tu
madre, o que comprara tal marca de zumo, o que te llamara al salir de la
oficina. ¡Y no lo ha hecho!
-
Le importo un carajo. Pasa de todo. ¡Pues se va
a enterar! –piensa ella poniendo las manos en jarras como reafirmándose.
Y conforme
avanza la tarde se va retroalimentando, jurando por sus muertos odiarle para la
eternidad. Hasta que por fin se oye el ruido de las llaves en la cerradura.
-
¡Ahí está! –piensa ella-. Que se prepare.-Y
respira hondo.
Y él, pobre inocente, que no sabe
la tormenta que está a punto de caerle encima, entra como un elefante en una
cacharrería, armando el ruido de mil demonios de todos los días.
-
Hola! Ya estoy en casa.
Va soltando con estruendo todo lo
que lleva encima de la mesa de la cocina: las llaves de casa, las llaves del
coche, el móvil, unas cuantas monedas, un puñado de caramelos… Repite el saludo
un poco más alto. Nada. Silencio. Ya un poco mosqueado abre la puerta del salón
y allí está ella, de espaldas, mirando por la ventana. Se gira lentamente hasta
clavarle la mirada. Y es entonces cuando él pregunta:
-
Mi amor… ¿te pasa algo?
Y ella:
-
No sé. Tú sabrás.
Un minuto de silencio tenso, hasta que él dice, con ese tono
impertinente que le sale tan bien:
-
Perdona, que no tengo bola de cristal. Tú me
dirás…
Y entonces estalla la tormenta. A
lo mejor ella tiene razón, o no, o probablemente en parte. Porque lo que para
ella es importante, quizás para él sea una chorrada. Pero si él hubiera puesto
atención a esa chorrada, la habría hecho muy feliz con muy poco. Y si ella no presupusiera
que él tenía ganas de fastidiar y le pidiera, con serenidad, que hiciera un
esfuerzo por ponerse en el lugar del otro, los dos se habrían ahorrado un mal
rato. Viva la igualdad.
Hace unos días tuve la inmensa suerte
de asistir a un seminario estupendo. Iba con mucha pereza y refunfuñando al
pensar en el montón de trabajo que se iría acumulando mientras escuchaba una
sarta de tonterías. Sin embargo, pasé dos de los mejores días del año. Sí, ya
sé que el año no ha hecho más que empezar, pero probablemente será de lo
mejorcito. Aprendí, una vez más, lo
importante que es la escucha, no prejuzgar y el valor de la mirada. De cómo
miramos al otro, al prójimo. De mirar más allá.
Durante dos días me sentí yo. Opinando en libertad, sin ser juzgada. Me
sentí querida y respetada. Fue un soplo de aire fresco en medio de mi tormenta
diaria. Sé que esos días estaba dentro de una burbuja, dentro de una preciosa
burbuja en la que yo también me liberé de mis estúpidos prejuicios. Y entendí
al otro, a mi prójimo. Y pensé, quizás inocentemente, que un mundo mejor es
posible. Vislumbré la luz al final del túnel. Entendí que las tormentas, por
largas que sean, al final pasan y que el mundo no se ha confabulado contra mi
humilde persona. Entendí que mi ombligo no es el centro del mundo. Se trata de empezar
por ahí. Y salir corriendo de las personas tóxicas. Eso no lo dijeron en el
curso pero, después de hacer un trabajo de introspección, lo añado yo de mi
cosecha, Así que, compañías tóxicas, me piro vampiro. Y a mi mochila tóxica le
digo: «Ahí te quedas».
Claro, ahora tengo que ver cómo se
hace eso de manera práctica pero, digo yo, que una vez diagnosticada la cuestión,
sabré encontrar el cómo.
En fin, que estaba yo en estas
meditaciones cuando mi querido y viejo Golf me ha dejado tirada. Tal cual. Pero
el pobre lo ha hecho sin querer. Y como me ha pillado con un pie todavía dentro
de la burbuja, no me he cabreado con el mundo ni con la Volkswagen. Le he dicho
al tipo de la grúa que, por favor, lo tratara con cariño. Y con una sonrisa
nostálgica en los labios, he visto cómo se iba alejando mi compañero fiel,
recordando tantos momentos compartidos. Suspiro. Quizás haya llegado el momento
del cambio.
Marzo 2017
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